Crónica sobre Bares:
por Jorge Álvarez
la borra en el vaso
La Simultaneidad construye un texto renovando los
hechos expuestos en este instante. Es imposible transcribir en su multiplicidad
de lenguajes un hecho que sigue aconteciendo. Retengo esta imagen en donde sigo
sentado a la barra de un Bar, esperando a que algo suceda, anotando en mi
libreta un detalle de los Objetos que me rodean, transcribiendo el estado de mi
imposibilidad.
La
certeza de que todo se transforma me mantenía en un desconcierto, falta
de interés, agotamiento. Algo falta, hay un dato que en este momento no
presento. No pertenecía al lugar, bebía,
y en esa condición de solitario, no podía expresar lo que sucedía, me negaba a
mí mismo. Impotente, no conseguía erecciones, lo que impedía relacionarme con
las jóvenes que frecuentamos. Negaba el amor. Pero que tiene que ver esto con
los bares, la reunión con los amigos, el amor alcohólico con mis amigas, la
eyaculación precoz cuando ya he conseguido una erección, y el bar en las
distintas categorías de sexo que se pueden dar, cuando aún no has tomado
contacto con tu corporeidad, y ahí estás sentado con una libreta entre tus
manos apuntando lo único que puedes hacer: describir hasta el hartazgo lo que
permanece quieto a tu alrededor. En ese
momento te das cuenta que nada es necesario, pase lo que pase todo es inútil,
intrascendente, banal. No quieres la angustia, el desamor, y olvidas, y olvidas
que has olvidado, y estas ahí quieto bebiendo un vino, y los otros son un
movimiento de labios, y tu escritura es la reiteración de un mismo texto, la
descripción de un mismo mobiliario, y voy al bar, al sonido, a esperar,
expectante a que algo suceda; el latente encuentro con mi tranquilidad, un par
de palabras, unos ojos que brillen. La imagen de mi cabeza rebotando sobre la
barra del bar, el lento caer de mi cráneo aplastado sobre la superficie hasta
la deformidad, hasta el detenimiento y la reiteración de mi cabeza cayendo
lentamente; las paredes, el mobiliario reflejando esa luz amarilla, la
distorsión de todas las superficies.
Es hora de
volver a casa.
El sonido
de mi respiración, el sonido de mi respiración.
Seguramente Valparaíso no era el lugar
apropiado. Cuando estas destruido y cansado
de deambular, pensando que has llegado al lugar que abandonaste, cuando
tampoco sabías por qué te ibas. Llegaba del under bonaerense, si de alguna
manera se podía llamar perderse entre los muros de una ciudad, con toda la
música y ruido amplificado de mis pasos atravesando la humedad viscosa de los
veranos, con el gélido viento de invierno en la madrugada. Valparaíso era un
recreo, todos esos jóvenes sospechando que algo sabían, teniendo como tarea
para la casa aprender a ser artistas ¡Oh juventud!
Algo tenía que hacer, y que otra cosa que
seguir ganándome la vida vendiendo alguna baratija para solventar mis gastos, y
ahí estaba el bar.
A
principio de los Ochentas las lecturas en las Peñas en el Chileno-francés de
Cultura, el Boliche La Obra, en Avda. Pedro Montt,
en las universidades en donde confluían los ambientes contraculturales en
Dictadura, me impulso a producir
pequeños eventos en Bares y Salas de Teatro en Bs. As. A intervenir con
performances boliches del under
bonaerense a fines de los ochentas.
De regreso en Valparaíso, desquiciado y
pobre, alcohólico huyendo del desarraigo que me hacía salir de esa otra ciudad,
y encontrarme nuevamente sumido en este otro bar abierto que era Valparaíso. Se
hace lo que siempre has hecho. Ignorante de mí mismo encontraba en estos
simples placeres un cierto bienestar, el estúpido orgullo de sentir que algo
hacía. El mobiliario en mis borracheras se hacía más amable, algo reía en mí. Cuando
no puedes comunicarte, inventas alguna
acción que delate tu presencia, entonces haces la fiesta, y vuelves a hacer la
fiesta hasta quedar borracho, y tu cable a tierra es esa libreta de apuntes en
donde reitero el mismo texto. Había poetas, Pintores, Actores, músicos, que en
este momento son sin nombre, amigos dispuestos a participar, a desdibujarse de
su propio delirio, para estar ahí en el bar y permitirse, amplificarse,
explorar otra secuencia de sí mismos. Nos animaba tal vez leernos en los mismos
poetas que leíamos, compartíamos una misma borrachera. De tanto confluir en los
mismos bares nos hicimos cómplices del simulacro. Lo que pasó fue una noche
negra llena de sonido, en donde nadie
tenía respuestas, todo era expectativas que en los distintos procesos siempre
desembocan en la muerte. Había sentido esa sensación de falsedad, de creer que
algo estaba sucediendo, cuando todo era un triste sueño. Podías estar meses
participando en la mejor de las fiestas, encontrarte en el bar cuando se
cumplen todas tus expectativas y súbitamente algo te despierta y te das cuenta
que nada ha sucedido, has girado alrededor de tu propia sombra, estás detenido,
congelado a la mesa en un bar desconocido. El sonido es insoportable.
Hay un dato que no establecer, era una
equivocación. No era Bukowski, ni la sabiduría que Omar Kayam aportaba, ni
siquiera todos nuestros poetas alcohólicos suicidas. Lo que nos permitíamos era
escucharnos de vez en cuando en alguna de las múltiples lecturas que
transmitían una cierta sospecha de que algo pasaba. Olvidé los nombres de los
lectores en dichas lecturas, los bares en donde se desarrollaban, las conversaciones.
Este olvido no modifica los hechos, y a nadie de los que integraban dichos
simulacros altera en alguna medida el olvido. Los Bares en los Noventas no
produjeron ningún Poeta memorable, excepto el crecimiento desmedido de la
oferta de pub y otros espacios de bebidas, y aquellos inhóspitos bares de
alcohólicos anónimos hoy son más o menos famosos en vista de los nuevos
públicos que los distinguen. Pero que importa todo esto si lo importante es
haber realizado el viaje, kavafi, que importa haber estado allí. En la
simultaneidad del tiempo-espacio esto sigue sucediendo, y cada una de sus
partes vive sus propios procesos. El bar como espacio público fue tomado por el
sistema, la oferta es desmedida. En los noventa estuvimos anónimos y
delirantes, mientras se recuperaban los espacios públicos, con ellos el bar y
pronto la calle.
Siempre algo se omite, ya sea concientemente
o por olvido, o porque es diferente lo que piensas, a lo que escribes y buscas
un intermedio en este mediador que es el texto, que te ordena de diferente
manera y también te esconde: es el lenguaje el que te enseña, se dice a sí
mismo, y de vez en cuando uno comienza a pronunciarse. Aún estoy en la calle, y
sé que es una marginalidad que no molesta al sistema, y uno desarrolla estrategias
para pasar invisible por las calles más transitadas. Sabemos que la bomba
atómica ya explotó, vivimos el holocausto, la química del aire ya no es la
misma, todo está enrarecido, pero la diferencia es que tengo una respuesta, que
no es mínima.
Estuve en el bar, me queda siempre mi
estrategia de sobrevivencia y voy al lugar más delirante y falso del espacio
público: Neón y seducción. Donde tú eres el protagonista. Pero esta vez paso, y
si alguna vez no podía sino transcribir la enumeración de objetos que me
rodeaba, hoy formo parte del mobiliario, y si es simbólico lo que vendo; la
paga por este objeto también es simbólica, funcional en vista de la
superficialidad de lo que vivo.
Si me has
visto borracho avísame: por qué bailo en pelotas sobre la barra del Bar Leo
camine sobre los platos servidos en ese encuentro en donde la pelirroja quiso
cortarme los cocos y Zurita celebraba su Nacional y después perdonarme durante
otro atardecer en el Caruso mostrando mi
pico fláccido de alcohólico en la lectura a los espectadores cuando en el barco
ebrio crucé desde San Antonio a Valparaíso y el poeta Cardenal me miró con su
enojo de siglos de claustro trapense y es lo único que recuerdo y subía por
alguna oscura escalera para llegar y desaparecer en algún cementerio cargando
una estatua de ángel decapitado durante el ultimo terremoto mientras miraba esa
ventana en la bruma del puerto tomando mi vino para quedar buscando putas a
oscuras en noches con el zumbido del último brote cuando miré un Valpo antiguo
como esa vez en ácido por Buenos Aires
era guiado por todas las edificaciones antiguas y al amanecer me metían a una
ducha de agua helada para despertarme de mi desaparición y terminé conversando
con la estufa mientras ella estaba con el más lúcido y me separe de ella porque
no soporté terminar acostado entre ella y su nuevo novio raspando piedras de
cocaína mientras terminaba seduciendo homosexuales en subterráneos y leía a los
beat americanos transitando mis pequeños
suicidios y aprendía el Zen de la mano de D.T. Suzuki viajando mi primer viaje
a la mente de la cordillera de Los Andes buscando Círculos Energéticos y hacía
ejercicios para bajarme de un pito colombiano allá arriba muy arriba mientras
pensaba en ella y la seguía a través de montañas la
Pampa para terminar mis lecturas de Kafka en una cárcel y un
juicio que trajo mi matrimonio con la psicóloga y mi exilio económico me hizo
dormir en las calles de la ciudad en
hoteles con habitaciones compartidas mientras mi aspiración de escritor me
tenía leyendo poesía revisando escaparates de librerías en noches de frío y el
automatismo psíquico me mataba con palabras y aspiraba a un texto sin
enumeraciones imágenes y anécdotas. Esto
se gasta, como se desvaloriza el dinero, queda el vaso vacío, y te despiertas
en medio de una resaca sin saber donde te encuentras y te cuesta hacer el
reconocimiento porque te has despertado en la vereda de una ciudad a la que
llegaste hace años, y cientos de veces te despiertas haciendo el recuento del
olvido, y un día ya no te reconoces y preguntas qué haces ahí, y te incorporas
en medio de tu propia bruma, y sales de escena. No era un día terrible, cuando
tomé un bus para alejarme de esta ciudad. Pero es mentira, no te alejas,
escapas de algo que llevas contigo, no te das cuenta que estás detenido.
Cincuenta años es nada en la eternidad que contiene un segundo.
La imagen del recorrido que hace un vaso de
vino hasta mis labios. Me dije, soy más falso que la angustia. Vuelvo a la
poesía, a la evidencia de las palabras, a la extrañeza que me causan. Escribo
desde una pequeña habitación muy cerca de Estación Central; embriagado, no
bebo, no como carne. Meditante, aprendiz en Sabiduría Ancestral. Habito el
Planeta.
Tengo problemas al momento de pensar una
crónica, ya que no puedo ajustarme a los géneros, ya que en este caso existe la imposibilidad
de dar con un registro verdadero, algo que ya fue, y que a través del lenguaje
es imposible revivir. Presento una escritura que se ha modificado con, que
pervive, que se desarrolla, que toma parte porque el hecho esta sucediendo y el
lenguaje es parte en esta unidad. El lenguaje como reiteración de lo
anecdótico, como reiteración de la subjetividad. La conciencia sobre el estar
siendo hablado por el lenguaje. El registro del propio cuerpo negado, negaba
una conciencia sobre el lenguaje. Anteponía mi propio cuerpo como territorio de
la poesía, en una actitud auto flagelante. No hay conciencia de una técnica
poética, lo que hay es una sintaxis que transparenta un ser. Me asombro de estar aquí transcribiendo lo
que me dicta la letra, en un trato con el lenguaje para decir que estoy
tranquilo mientras esta antigua
edificación se cae a pedazos, es domingo
de noche con la ciudad sumergida en una iridiscencia eléctrica, la sumatoria de
todos los cerebros conectados.
Me asombra percibir mi ignorancia, saber que
otra cosa es lo que sucede, como mirar la Vía
Láctea y quedar silencioso: es de suponer que siempre
sobreviene inexorable: un fin, el término de jornada, pero hay el equívoco.”
Nada” queda dicho, excepto esta serie de palabras, un cierto desorden