lector de fragmentos

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jueves, 9 de abril de 2015

Elogio al Bar / Crónicas / edición 2014 por Etnica / curatoría Gonzalo Contreras

                                                                                              foto:Silvia Novoa

                                                               Crónica sobre Bares:
por Jorge Álvarez 

la borra en el vaso


   La Simultaneidad construye un texto renovando los hechos expuestos en este instante. Es imposible transcribir en su multiplicidad de lenguajes un hecho que sigue aconteciendo. Retengo esta imagen en donde sigo sentado a la barra de un Bar, esperando a que algo suceda, anotando en mi libreta un detalle de los Objetos que me rodean, transcribiendo el estado de mi imposibilidad.
   La  certeza de que todo se transforma me mantenía en un desconcierto, falta de interés, agotamiento. Algo falta, hay un dato que en este momento no presento. No  pertenecía al lugar, bebía, y en esa condición de solitario, no podía expresar lo que sucedía, me negaba a mí mismo. Impotente, no conseguía erecciones, lo que impedía relacionarme con las jóvenes que frecuentamos. Negaba el amor. Pero que tiene que ver esto con los bares, la reunión con los amigos, el amor alcohólico con mis amigas, la eyaculación precoz cuando ya he conseguido una erección, y el bar en las distintas categorías de sexo que se pueden dar, cuando aún no has tomado contacto con tu corporeidad, y ahí estás sentado con una libreta entre tus manos apuntando lo único que puedes hacer: describir hasta el hartazgo lo que permanece quieto a tu alrededor.  En ese momento te das cuenta que nada es necesario, pase lo que pase todo es inútil, intrascendente, banal. No quieres la angustia, el desamor, y olvidas, y olvidas que has olvidado, y estas ahí quieto bebiendo un vino, y los otros son un movimiento de labios, y tu escritura es la reiteración de un mismo texto, la descripción de un mismo mobiliario, y voy al bar, al sonido, a esperar, expectante a que algo suceda; el latente encuentro con mi tranquilidad, un par de palabras, unos ojos que brillen. La imagen de mi cabeza rebotando sobre la barra del bar, el lento caer de mi cráneo aplastado sobre la superficie hasta la deformidad, hasta el detenimiento y la reiteración de mi cabeza cayendo lentamente; las paredes, el mobiliario reflejando esa luz amarilla, la distorsión de todas las superficies.
Es hora de volver a casa.
El sonido de mi respiración, el sonido de mi respiración.
   Seguramente Valparaíso no era el lugar apropiado. Cuando estas destruido y cansado  de deambular, pensando que has llegado al lugar que abandonaste, cuando tampoco sabías por qué te ibas. Llegaba del under bonaerense, si de alguna manera se podía llamar perderse entre los muros de una ciudad, con toda la música y ruido amplificado de mis pasos atravesando la humedad viscosa de los veranos, con el gélido viento de invierno en la madrugada. Valparaíso era un recreo, todos esos jóvenes sospechando que algo sabían, teniendo como tarea para la casa aprender a ser artistas ¡Oh juventud!
   Algo tenía que hacer, y que otra cosa que seguir ganándome la vida vendiendo alguna baratija para solventar mis gastos, y ahí estaba el bar.
    A principio de los Ochentas las lecturas en las Peñas en el Chileno-francés de Cultura, el Boliche  La Obra, en Avda. Pedro Montt, en las universidades en donde confluían los ambientes contraculturales en Dictadura,  me impulso a producir pequeños eventos en Bares y Salas de Teatro en Bs. As. A intervenir con performances  boliches del under bonaerense a fines de los ochentas.
   De regreso en Valparaíso, desquiciado y pobre, alcohólico huyendo del desarraigo que me hacía salir de esa otra ciudad, y encontrarme nuevamente sumido en este otro bar abierto que era Valparaíso. Se hace lo que siempre has hecho. Ignorante de mí mismo encontraba en estos simples placeres un cierto bienestar, el estúpido orgullo de sentir que algo hacía. El mobiliario en mis borracheras se hacía más amable, algo reía en mí. Cuando no puedes comunicarte,  inventas alguna acción que delate tu presencia, entonces haces la fiesta, y vuelves a hacer la fiesta hasta quedar borracho, y tu cable a tierra es esa libreta de apuntes en donde reitero el mismo texto. Había poetas, Pintores, Actores, músicos, que en este momento son sin nombre, amigos dispuestos a participar, a desdibujarse de su propio delirio, para estar ahí en el bar y permitirse, amplificarse, explorar otra secuencia de sí mismos. Nos animaba tal vez leernos en los mismos poetas que leíamos, compartíamos una misma borrachera. De tanto confluir en los mismos bares nos hicimos cómplices del simulacro. Lo que pasó fue una noche negra llena de sonido, en donde  nadie tenía respuestas, todo era expectativas que en los distintos procesos siempre desembocan en la muerte. Había sentido esa sensación de falsedad, de creer que algo estaba sucediendo, cuando todo era un triste sueño. Podías estar meses participando en la mejor de las fiestas, encontrarte en el bar cuando se cumplen todas tus expectativas y súbitamente algo te despierta y te das cuenta que nada ha sucedido, has girado alrededor de tu propia sombra, estás detenido, congelado a la mesa en un bar desconocido. El sonido es insoportable.
   Hay un dato que no establecer, era una equivocación. No era Bukowski, ni la sabiduría que Omar Kayam aportaba, ni siquiera todos nuestros poetas alcohólicos suicidas. Lo que nos permitíamos era escucharnos de vez en cuando en alguna de las múltiples lecturas que transmitían una cierta sospecha de que algo pasaba. Olvidé los nombres de los lectores en dichas lecturas, los bares en donde se desarrollaban, las conversaciones. Este olvido no modifica los hechos, y a nadie de los que integraban dichos simulacros altera en alguna medida el olvido. Los Bares en los Noventas no produjeron ningún Poeta memorable, excepto el crecimiento desmedido de la oferta de pub y otros espacios de bebidas, y aquellos inhóspitos bares de alcohólicos anónimos hoy son más o menos famosos en vista de los nuevos públicos que los distinguen. Pero que importa todo esto si lo importante es haber realizado el viaje, kavafi, que importa haber estado allí. En la simultaneidad del tiempo-espacio esto sigue sucediendo, y cada una de sus partes vive sus propios procesos. El bar como espacio público fue tomado por el sistema, la oferta es desmedida. En los noventa estuvimos anónimos y delirantes, mientras se recuperaban los espacios públicos, con ellos el bar y pronto la calle.
   Siempre algo se omite, ya sea concientemente o por olvido, o porque es diferente lo que piensas, a lo que escribes y buscas un intermedio en este mediador que es el texto, que te ordena de diferente manera y también te esconde: es el lenguaje el que te enseña, se dice a sí mismo, y de vez en cuando uno comienza a pronunciarse. Aún estoy en la calle, y sé que es una marginalidad que no molesta al sistema, y uno desarrolla estrategias para pasar invisible por las calles más transitadas. Sabemos que la bomba atómica ya explotó, vivimos el holocausto, la química del aire ya no es la misma, todo está enrarecido, pero la diferencia es que tengo una respuesta, que no es mínima.  
   Estuve en el bar, me queda siempre mi estrategia de sobrevivencia y voy al lugar más delirante y falso del espacio público: Neón y seducción. Donde tú eres el protagonista. Pero esta vez paso, y si alguna vez no podía sino transcribir la enumeración de objetos que me rodeaba, hoy formo parte del mobiliario, y si es simbólico lo que vendo; la paga por este objeto también es simbólica, funcional en vista de la superficialidad de lo que vivo.
Si me has visto borracho avísame: por qué bailo en pelotas sobre la barra del Bar Leo camine sobre los platos servidos en ese encuentro en donde la pelirroja quiso cortarme los cocos y Zurita celebraba su Nacional y después perdonarme durante otro atardecer en el Caruso  mostrando mi pico fláccido de alcohólico en la lectura a los espectadores cuando en el barco ebrio crucé desde San Antonio a Valparaíso y el poeta Cardenal me miró con su enojo de siglos de claustro trapense y es lo único que recuerdo y subía por alguna oscura escalera para llegar y desaparecer en algún cementerio cargando una estatua de ángel decapitado durante el ultimo terremoto mientras miraba esa ventana en la bruma del puerto tomando mi vino para quedar buscando putas a oscuras en noches con el zumbido del último brote cuando miré un Valpo antiguo como esa vez  en ácido por Buenos Aires era guiado por todas las edificaciones antiguas y al amanecer me metían a una ducha de agua helada para despertarme de mi desaparición y terminé conversando con la estufa mientras ella estaba con el más lúcido y me separe de ella porque no soporté terminar acostado entre ella y su nuevo novio raspando piedras de cocaína mientras terminaba seduciendo homosexuales en subterráneos y leía a los beat americanos  transitando mis pequeños suicidios y aprendía el Zen de la mano de D.T. Suzuki viajando mi primer viaje a la mente de la cordillera de Los Andes buscando Círculos Energéticos y hacía ejercicios para bajarme de un pito colombiano allá arriba muy arriba mientras pensaba en ella y la seguía a través de montañas  la Pampa para terminar mis lecturas de Kafka en una cárcel y un juicio que trajo mi matrimonio con la psicóloga y mi exilio económico me hizo dormir en las calles de la ciudad  en hoteles con habitaciones compartidas mientras mi aspiración de escritor me tenía leyendo poesía revisando escaparates de librerías en noches de frío y el automatismo psíquico me mataba con palabras y aspiraba a un texto sin enumeraciones imágenes y anécdotas.  Esto se gasta, como se desvaloriza el dinero, queda el vaso vacío, y te despiertas en medio de una resaca sin saber donde te encuentras y te cuesta hacer el reconocimiento porque te has despertado en la vereda de una ciudad a la que llegaste hace años, y cientos de veces te despiertas haciendo el recuento del olvido, y un día ya no te reconoces y preguntas qué haces ahí, y te incorporas en medio de tu propia bruma, y sales de escena. No era un día terrible, cuando tomé un bus para alejarme de esta ciudad. Pero es mentira, no te alejas, escapas de algo que llevas contigo, no te das cuenta que estás detenido. Cincuenta años es nada en la eternidad que contiene un segundo.
    La imagen del recorrido que hace un vaso de vino hasta mis labios. Me dije, soy más falso que la angustia. Vuelvo a la poesía, a la evidencia de las palabras, a la extrañeza que me causan. Escribo desde una pequeña habitación muy cerca de Estación Central; embriagado, no bebo, no como carne. Meditante, aprendiz en Sabiduría Ancestral. Habito el Planeta.
   Tengo problemas al momento de pensar una crónica, ya que no puedo ajustarme a los géneros,  ya que en este caso existe la imposibilidad de dar con un registro verdadero, algo que ya fue, y que a través del lenguaje es imposible revivir. Presento una escritura que se ha modificado con, que pervive, que se desarrolla, que toma parte porque el hecho esta sucediendo y el lenguaje es parte en esta unidad. El lenguaje como reiteración de lo anecdótico, como reiteración de la subjetividad. La conciencia sobre el estar siendo hablado por el lenguaje. El registro del propio cuerpo negado, negaba una conciencia sobre el lenguaje. Anteponía mi propio cuerpo como territorio de la poesía, en una actitud auto flagelante. No hay conciencia de una técnica poética, lo que hay es una sintaxis que transparenta un ser.                     Me asombro de estar aquí transcribiendo lo que me dicta la letra, en un trato con el lenguaje para decir que estoy tranquilo mientras  esta antigua edificación se cae a pedazos,  es domingo de noche con la ciudad sumergida en una iridiscencia eléctrica, la sumatoria de todos los cerebros conectados.
   Me asombra percibir mi ignorancia, saber que otra cosa es lo que sucede, como mirar la Vía Láctea y quedar silencioso: es de suponer que siempre sobreviene inexorable: un fin, el término de jornada, pero hay el equívoco.” Nada” queda dicho, excepto esta serie de palabras, un cierto desorden


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